El ferrocarril subterráneo
La historia de América tiene muchas cuentas pendientes y, entre ellas, la esclavitud es una de las mayores, lo mismo en Brasil que en México; sin embargo, uno de los episodios más sangrientos y relevantes por sus implicaciones que subsisten hasta la actualidad, es el sistema esclavista del sur de Estados Unidos contra los africanos y afrodescendientes. Las condiciones inhumanas en el trato hacia los negros, los asesinatos, masacres y torturas promovidas por una forma de pensamiento cristiano-supremacista, son una mancha dolorosa en el relato de la formación de los estados modernos.
La llegada al poder de Donald Trump, basada en el ultranacionalismo de derechas, visibilizó los movimientos culturales que visibilizaban las condiciones injustas sobre las que se cimienta la sociedad estadounidense –y occidental-, movimientos como el Me-too ganaron presencia y las acciones policiales contra negros, alentadas desde la presidencia, provocaron una vindicación del contenido político en el arte, la cultura y el entretenimiento. Esto, que para muchos resulta chocante –“la dictadura de la corrección política”, es sólo un síntoma de los tiempos.
En ese contexto surgen las figuras de dos creadores que se han vuelto sumamente importantes para el arte norteamericano de estos años: Colson Whitehead y Barry Jenkins. El primero, al ser uno de los pocos autores en ganar el Pulitzer dos ocasiones por una obra de ficción, y el segundo al ser una de las pocas personas negras en obtener un Oscar y de los contados directores de color en ser nominados.
Withehead logró su primer Pulitzer con la obra que nos ocupa: El ferrocarril subterráneo. Publicada en 2017, narra la historia de Cora, una esclava negra en una plantación algodonera que decide escapar en una red de apoyo a esclavos cuyo centro es un ferrocarril secreto que conecta el sur de los Estados Unidos con los estados libres. El viaje demostrará la crueldad del sistema, sin dejar de lado la esperanza de un destino imposible donde Cora pueda vivir siendo dueña de sí misma.
El relato, haciendo uso de herramientas que nos recuerdan sólo por momentos el realismo mágico latinoamericano, es una evocación del verdadero Ferrocarril subterráneo, nombre clave y metafórico de la red clandestina que acompañaba a los fugitivos de los campos de esclavos hacia Canadá y los estados libres.
Esta aclamada novela ha sido retomada por Barry Jenkins, con el prestigio por delante y una obra explícitamente enfocada en hablar de la historia y actualidad de la población negra de su país, pero también con una declaración estética marcada: Luz de luna, ganadora del Oscar, y Si la colonia hablara, basada en el libro de James Baldwin, referente de la literatura negra, muestran ambas preocupaciones.
Jenkins no convierte El ferrocarril subterráneo en una película, sino en una serie de autor exclusiva para Prime Video. El resultado es una de las mejores series del año; un recorrido
Por Jorge Alonso Espíritu
sentido y lento por la travesía de Cora -ciertamente esa lentitud puede desesperar a quien no esté acostumbrado a ella, pero la paciencia vale la pena-. El director decide no hacerlo de manera fiel a la novela, sino ahondar en las emociones de sus protagonistas, incluyendo un peso a la figura del perseguidor –el captor de esclavos- que no posee el texto de Colson. Además, el manejo de encuadres y paleta de colores, característico de sus películas, dejan claro que no se trata de una serie más, sino de un compromiso discursivo.
Al final, libro y serie se complementan y funcionan por su calidad artística, pero también como una forma de reflexionar en la historia de las relaciones raciales de nuestro continente.
<iframe width="560" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/weHiGClt9Sc" title="YouTube video player" frameborder="0" allow="accelerometer; autoplay; clipboard-write; encrypted-media; gyroscope; picture-in-picture" allowfullscreen></iframe>